martes, 8 de diciembre de 2015

Capítulo VIII. Triario resalta el que Cicerón considere que Epicuro no es filósofo en lo absoluto. Torcuato acomete la defensa de Epicuro, la que sigue a continuación:



Yo había hablado más con la intención de sondear a Torcuato que de entregar un discurso propio. Pero Triario intervino, con una sonrisa: "Usted prácticamente ha expulsado a Epicuro del coro celestial de los filósofos, ¿por qué ? ¿Qué es lo que usted le ha reconocido, con excepción de considerarle inteligible su pensamiento, cualquiera sea su estilo? Sus doctrinas en Filosofía Natural en su opinión eran de segunda mano, y además poco sólidas; y sus intentos para mejorar su autoridad sólo hicieron que las cosas empeoraran. Dialéctica, para usted él no tuvo. Así también expuso que su identificación del Bien Principal con el placer fue, en primer lugar, un error en sí mismo, y luego en esto tampoco habría sido original, toda vez que Arístipo lo había dicho antes, y mejor. Como colofón usted agregó que Epicuro fue una persona sin educación".

"Bueno, Triario", respondí, "cuando uno está en desacuerdo con un hombre es esencial decir lo que uno objeta de su punto de vista. ¿Qué me prevendría de ser un epicúreo si yo aceptase las doctrinas de Epicuro?, especialmente cuando su sistema es uno extremadamente fácil de dominar. Ustedes no tienen que encontrar fallas en los miembros de las escuelas opositoras para criticar las opiniones de los otros; sin embargo, yo siempre siento que el insulto y el abuso, o el altercado acalorado, así como la amarga y obstinada controversia están más allá de la dignidad de la filosofía".

"Tengo claro lo que es su preocupación", dijo Torcuato; "es imposible debatir adecuadamente sin criticar, pero es igualmente imposible debatir con mal genio y obstinación. Mas yo tengo algo que me gustaría decir en respuesta a todo esto, si ello a usted no le fastidia".

"¿Supone usted", dije, "que yo habría dicho lo que dije, si no desease escucharles?"

"Entonces, ¿le gustaría que yo hiciera una rápida revisión de todo el sistema de Epicuro, o discutir sólo el punto del placer, cual es el asunto principal en disputa?", agregó Torcuato.

"¡Oh!", dije, "eso es algo que usted debe decidir".

"Muy bien, entonces", dijo él, "esto es lo que haré, expondré un sólo tópico, y ese será el más importante. Pospondré la Filosofía Natural; aunque intentaré probar a usted tanto la desviación de los átomos como el tamaño del sol, y también esos muchos errores de Demócrito, criticados y corregidos por Epicuro. Pero en esta ocasión hablaré sobre el placer; no es que tenga algo original que contribuir, pero estoy confiado que lo que diga demandará incluso vuestra aceptación".

"Tenga por seguro", dije, "que no seré obstinado, es más, alegremente me convenceré si usted puede probar su caso a mi entera satisfacción".

"Así lo haré", replicó él, "toda vez que usted sea tan imparcial como promete. Pero, prefiero emplear un discurso continuo en lugar de preguntas y respuestas".

"Como usted guste", dije.

Así Torcuato empezó.








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